Es medio viejito pero quería compartirlo
A nivel científico el pistero constituye material genético defectuoso: es conceptualmente un humano que depende de su auto como un enfermo terminal de su respirador.
La psicología lo definiría como una persona rústica y despreciable que invierte en su auto la totalidad de su tiempo y sustentos para silenciar una carencia mucho más profunda originada en su temprana infancia.
La sociología diría que es una desgracia cívica que infecta toda la red vial del conurbano, con epicentro en las zonas Sur y Oeste. Los estudiosos del ceremonial dirían que son un flagelo al buen gusto y un golpe certero a las buenas costumbres.
Lo único cierto es que de lunes a viernes el Pistero es un simple profesor de Tae Bo en un gimnasio de olores rancios, un DJ ochentoso en una boite de solos y solas, un turbulento vendedor de autos usados con Máster en truchar odómetros o un simple “hijo bobo” que recibió en su auto la recompensa por terminar el Polimodal a duras penas.
El pistero rara vez utiliza su rodado durante la semana, con la llegada del fin de semana el pistero surge entre las sombras e inicia la relación simbiótica con “la nave”. El cronograma de actividades -que siempre tiene por protagonista a su carromato horrible- incluye reunirse con otros pisteros en una estación de servicio, iniciar una caravana de la muerte a “la Lugones” (otros destinos son “la Gaona”, “el Galvez” o “la playita de Olivos”) y organizar carreras demenciales de madrugada por Av. Libertador, en las que el ensordecedor ruido de sus caños de escape termina siempre mutando en una silenciosa pero desesperada búsqueda de prostitutas por Constitución.
El domingo temprano el pistero despierta para lavar su auto con ceras y shampúes de estratosférico valor antes de reunir su reluciente cacharro con el de otros oligofrénicos posesos a un costado de la General Paz (las mujeres de estos enajenados aprovechan esta circunstancia para ir a culear con un repartidor de “Sólo Empanadas” que maneja una motito de 2 hp). Varias horas después, totalmente insolados y con quemaduras de segundo grado pero felices, vuelven a la estación de servicio, se van “al estacionamiento del Auchán a hacer una sesión de fotos” y se reúnen con otros excluídos sociales a hablar de autos, llantas, fibra de carbono y sapitos con leds: estas reuniones son de probada eficacia como terapia a las patologías derivadas del desprecio y la soledad. La velada termina cuando vuelven a sus casas y miran por enésima vez Rápido y Furioso o algún programa nefasto de El Garage TV.
Este cronograma demoníaco se modifica una vez al mes, día en que los pisteros se reúnen para embutirse con vísceras de vacuno, ensalada de papa, huevo y mayonesa (de hecho la mayonesa es a la comida lo que el tuning a los autos) y jarras de vino tinto en un tenedor libre que falseó todos sus controles bromatológicos.
De todos los nombrados, la estación de servicio es “el” lugar del pistero. Para ellos no es sólo un lugar para reabastecer combustible: es su cofradía, su templo, su Taj Mahal. Un lugar con una mística y códigos propios. Por eso el pistero siempre comienza a acelerar 2 cuadras antes de pasar por ella: jamás se perdonaría que en la estación descubran que a veces conduce a menos de 160 km/h. Siempre que llega a la estación de servicio el Pistero está escuchando reggaeton con los parlantes “al taco”: el pistero sólo ve, escucha y respira “pista”, y siempre con gorrita de visera para atrás (estudiosos de la aerodinamia afirman que la fuerza G generaría la rotación de la misma).
Los líderes de estas manadas se suelen movilizar acompañados de negras horribles aunque siempre platinadas, es justo decir que estos especímenes de crines oxigenadas suelen portar culos prodigiosos que les permiten migrar de auto en auto y de falo en falo con una velocidad mucho más notable que la de los autos de estos enajenados.
Por un problema motriz que afectó sus miembros inferiores durante la pubertad, un pistero de ley sólo concibe sólo 2 posiciones para el acelerador: ON y OFF. El freno sólo debe apretarse a fondo y cuando ya es demasiado tarde. Estas 2 rutinas tan básicas como estúpidas definen por completo sus tácticas de manejo aguerrido. Sin embargo el pistero está convencido que si alguien se animara a darle un auto de TC, Marquitos Di Palma tendría que ir corriendo a ponerse un Parripollo. Para estos infradotados al volante manejar bien un auto es estar al filo de la muerte a cada instante.
Para el pistero ningún auto sale de fábrica apto para su uso: con la rigurosidad con que se aplica el calendario de vacunación en un recién nacido, el pistero siempre comienza por el kit básico: “Caño, Plancha y Polara”. Pero a pesar de esta generalización, su auto nunca es uno más. Su auto siempre es “la mejor Civic del mercado”, un “Palio que salió muy bien parido de fábrica” o “una Goleta mejor que 0 km”.
Un auténtico pistero mantiene una relación de complicidad con su mecánico: un mecánico fiel jamás divulgaría que ese auto está en realidad fusilado de motor, caja y tren delantero y que varios de sus paneles tienen pedido de captura.
Si bien algunos energúmenos dejan su auto 1 año en manos de sus mecánicos para volverlos más rápidos (transformándolos en unos cachivaches inmundos que los dejan a gamba día por medio en las zonas más marginales del país), siento necesario hacer notar que la mayoría de los autos pisteros andan menos que sus homónimos conducidos por ancianitas que van al mercado. Llantas, alerones, toneladas de parlantes y todos esos aditamentos luminosos en autos que de pedo salieron de fábrica con la potencia justa para moverse con relativa dignidad, surten el mismo efecto que la altura ecuatoriana en un asmático crónico. Pero una vez que empezó, el pistero no puede parar; incluso algunos dementes afirman convencidos que el auto “le pide las llantas”.
Un pistero dogmático jamás arreglaría las grietas del chaperío que materializa su pocilga si eso pusiera en riesgo la compra de un Kit Aerodinámico (traducción: un montón de plásticos para ubicar en cada extremo de su inmundo rodado). Prioridades son prioridades y el auto es siempre la primera porque el pistero “nunca le escatima en nada a su auto” y a la hora de venderlo “ya aparecerá un novio que la pague lo que vale”.
Semejanzas con la realidad.. son pura coincidencia =P
A nivel científico el pistero constituye material genético defectuoso: es conceptualmente un humano que depende de su auto como un enfermo terminal de su respirador.
La psicología lo definiría como una persona rústica y despreciable que invierte en su auto la totalidad de su tiempo y sustentos para silenciar una carencia mucho más profunda originada en su temprana infancia.
La sociología diría que es una desgracia cívica que infecta toda la red vial del conurbano, con epicentro en las zonas Sur y Oeste. Los estudiosos del ceremonial dirían que son un flagelo al buen gusto y un golpe certero a las buenas costumbres.
Lo único cierto es que de lunes a viernes el Pistero es un simple profesor de Tae Bo en un gimnasio de olores rancios, un DJ ochentoso en una boite de solos y solas, un turbulento vendedor de autos usados con Máster en truchar odómetros o un simple “hijo bobo” que recibió en su auto la recompensa por terminar el Polimodal a duras penas.
El pistero rara vez utiliza su rodado durante la semana, con la llegada del fin de semana el pistero surge entre las sombras e inicia la relación simbiótica con “la nave”. El cronograma de actividades -que siempre tiene por protagonista a su carromato horrible- incluye reunirse con otros pisteros en una estación de servicio, iniciar una caravana de la muerte a “la Lugones” (otros destinos son “la Gaona”, “el Galvez” o “la playita de Olivos”) y organizar carreras demenciales de madrugada por Av. Libertador, en las que el ensordecedor ruido de sus caños de escape termina siempre mutando en una silenciosa pero desesperada búsqueda de prostitutas por Constitución.
El domingo temprano el pistero despierta para lavar su auto con ceras y shampúes de estratosférico valor antes de reunir su reluciente cacharro con el de otros oligofrénicos posesos a un costado de la General Paz (las mujeres de estos enajenados aprovechan esta circunstancia para ir a culear con un repartidor de “Sólo Empanadas” que maneja una motito de 2 hp). Varias horas después, totalmente insolados y con quemaduras de segundo grado pero felices, vuelven a la estación de servicio, se van “al estacionamiento del Auchán a hacer una sesión de fotos” y se reúnen con otros excluídos sociales a hablar de autos, llantas, fibra de carbono y sapitos con leds: estas reuniones son de probada eficacia como terapia a las patologías derivadas del desprecio y la soledad. La velada termina cuando vuelven a sus casas y miran por enésima vez Rápido y Furioso o algún programa nefasto de El Garage TV.
Este cronograma demoníaco se modifica una vez al mes, día en que los pisteros se reúnen para embutirse con vísceras de vacuno, ensalada de papa, huevo y mayonesa (de hecho la mayonesa es a la comida lo que el tuning a los autos) y jarras de vino tinto en un tenedor libre que falseó todos sus controles bromatológicos.
De todos los nombrados, la estación de servicio es “el” lugar del pistero. Para ellos no es sólo un lugar para reabastecer combustible: es su cofradía, su templo, su Taj Mahal. Un lugar con una mística y códigos propios. Por eso el pistero siempre comienza a acelerar 2 cuadras antes de pasar por ella: jamás se perdonaría que en la estación descubran que a veces conduce a menos de 160 km/h. Siempre que llega a la estación de servicio el Pistero está escuchando reggaeton con los parlantes “al taco”: el pistero sólo ve, escucha y respira “pista”, y siempre con gorrita de visera para atrás (estudiosos de la aerodinamia afirman que la fuerza G generaría la rotación de la misma).
Los líderes de estas manadas se suelen movilizar acompañados de negras horribles aunque siempre platinadas, es justo decir que estos especímenes de crines oxigenadas suelen portar culos prodigiosos que les permiten migrar de auto en auto y de falo en falo con una velocidad mucho más notable que la de los autos de estos enajenados.
Por un problema motriz que afectó sus miembros inferiores durante la pubertad, un pistero de ley sólo concibe sólo 2 posiciones para el acelerador: ON y OFF. El freno sólo debe apretarse a fondo y cuando ya es demasiado tarde. Estas 2 rutinas tan básicas como estúpidas definen por completo sus tácticas de manejo aguerrido. Sin embargo el pistero está convencido que si alguien se animara a darle un auto de TC, Marquitos Di Palma tendría que ir corriendo a ponerse un Parripollo. Para estos infradotados al volante manejar bien un auto es estar al filo de la muerte a cada instante.
Para el pistero ningún auto sale de fábrica apto para su uso: con la rigurosidad con que se aplica el calendario de vacunación en un recién nacido, el pistero siempre comienza por el kit básico: “Caño, Plancha y Polara”. Pero a pesar de esta generalización, su auto nunca es uno más. Su auto siempre es “la mejor Civic del mercado”, un “Palio que salió muy bien parido de fábrica” o “una Goleta mejor que 0 km”.
Un auténtico pistero mantiene una relación de complicidad con su mecánico: un mecánico fiel jamás divulgaría que ese auto está en realidad fusilado de motor, caja y tren delantero y que varios de sus paneles tienen pedido de captura.
Si bien algunos energúmenos dejan su auto 1 año en manos de sus mecánicos para volverlos más rápidos (transformándolos en unos cachivaches inmundos que los dejan a gamba día por medio en las zonas más marginales del país), siento necesario hacer notar que la mayoría de los autos pisteros andan menos que sus homónimos conducidos por ancianitas que van al mercado. Llantas, alerones, toneladas de parlantes y todos esos aditamentos luminosos en autos que de pedo salieron de fábrica con la potencia justa para moverse con relativa dignidad, surten el mismo efecto que la altura ecuatoriana en un asmático crónico. Pero una vez que empezó, el pistero no puede parar; incluso algunos dementes afirman convencidos que el auto “le pide las llantas”.
Un pistero dogmático jamás arreglaría las grietas del chaperío que materializa su pocilga si eso pusiera en riesgo la compra de un Kit Aerodinámico (traducción: un montón de plásticos para ubicar en cada extremo de su inmundo rodado). Prioridades son prioridades y el auto es siempre la primera porque el pistero “nunca le escatima en nada a su auto” y a la hora de venderlo “ya aparecerá un novio que la pague lo que vale”.
Semejanzas con la realidad.. son pura coincidencia =P
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