“Fuiste silvestre una vez. No te dejes domesticar.”
(Isadora Duncan)
PRIMERA PARTE
Año 2030. Luego de la denominada Segunda Cruzada, aquella violenta movilización de autos clásicos nacionales que dejó como saldo la destrucción de varios móviles policiales y la imagen grabada en las retinas de una caravana de cientos de vehículos de 6 y 8 cilindros del pasado siglo XX desfilando por la ciudad, las autoridades gubernamentales conjuntamente con el sector empresarial tuvieron varias reuniones tendientes a decidir el camino político a seguir frente a una realidad que los sorprendió y que parecía superarlos: a pesar de las prohibiciones, grupos de fanáticos de todo el país, en forma clandestina, se dedicaban a preservar un tipo de autos aparentemente indestructibles. Estas agrupaciones no se hallaban sujetas a controles de afiliación, y sus integrantes no pagaban cuotas de membresía. Dichas personas asimismo, no obtenían ganancia alguna por desarrollar tal actividad de restauración de automóviles, e incluso gastaban importantes porcentajes de sus salarios en dicha tarea. Pero lo que más sorprendió a la clase dirigente fue que estas agrupaciones contraculturales parecían estar unidas por extraños lazos basados solo en la amistad.
Para el 2030 no había lugar para esa clase de códigos que en definitiva, solo atentaban contra la comercialización de unidades cero kilómetro de las filiales argentinas de las grandes firmas extranjeras.
El titular de la Cámara Argentina de Comercio en forma conjunta con el de Unión industrial propusieron entonces al poder ejecutivo impulsar una norma conducente a que los dueños de autos clásicos, entreguen sus coches como parte de pago de vehículos cero kilómetro, obteniendo así, importantes descuentos en los precios finales. La finalidad de esta medida se vería traducida en un doble efecto: por un lado se incrementarían las ventas de nuevos vehículos, y por el otro, se irían eliminando gradualmente los autos nafteros de hierro –ahora considerados peligrosos- los cuales serían convertidos en chatarra. El “stablishment” consideró de tal manera que la tentación de poseer un auto nuevo con mejoras en su precio haría que los restauradores se desprendiesen de sus coches antiguos, y así poco a poco se iría eliminando y destruyendo el parque automotor clásico en forma legal en grandes plantas compactadoras habilitadas a tal efecto. Para ello se tomó como modelo y antecedente al llamado “Plan Canje” de fines del pasado siglo. Al mismo tiempo el proyecto de ley incluiría en su articulado disposiciones tales como la prohibición absoluta de cualquier tipo de operación de compraventa de piezas de carrocería y/o mecánica perteneciente a todo auto fabricado en el siglo veinte. La norma también obligaría a las estaciones de servicio de todo el país, a vender naftas solo a vehículos oficiales, o de transporte comercial, previa presentación de una credencial de habilitación especial. Así, los vehículos nafteros particulares desaparecerían por completo de las calles y rutas. Por último y a modo de prevención general y ejemplificadora, la nueva ley imponía penas de cárcel a aquellos que en forma grupal y violenta, ostenten vehículos “peligrosos” tal como había ocurrido en “La Segunda Cruzada” de meses atrás.
El Gobierno aceptó la propuesta empresarial, y con la anuencia del corrupto Poder Legislativo, la ley conocida como de “Renovación Vehicular” fue aprobada por ambas Cámaras en tiempo record.
Para el 2030, ya no existía la industria automotriz nacional, y la mayor parte del parque automotor circulante provenía del Brasil y de países asiáticos, siendo casi en su totalidad rodados de compuestos plásticos livianos y de propulsión eléctrica. La mayoría de las nuevas unidades además, poseían ya sistemas de “autoconducción” con los cuales el usuario al subir al auto, solo debía programar en la computadora del mismo, el lugar de destino, y ésta gracias a su conexión satelital y de tránsito hacía todo el trabajo de dirigir el auto por las calles menos transitadas y el camino mas rápido, acelerando y deteniéndose sin margen de errores por sus sensores de obstáculos. De tal manera, pisar un acelerador o meter un cambio de velocidades en forma manual, comenzaba a ser cosa del pasado.
Conjuntamente con la sanción de la “Ley de Renovación Vehicular” las tandas publicitarias de los “prime times” televisivos se inundaron de spots difundiendo los beneficios de la entrega de un auto viejo a cambio de “calidad de vida a bordo” y hasta “mayor seguridad” brindada por los mas modernos airbags y carrocerías deformables para “mayor absorción de impactos”.
Para el lanzamiento nacional de la Ley de Renovación Vehicular, las autoridades decidieron montar un gigantesco Show en el Parque Comercial Pilar al costado del Acceso Norte, donde se contaría con la presencia de los representantes de las grandes firmas automotrices, y autoridades del Gobierno de la Provincia de Buenos Aires. Habría stands de exposición con los más recientes modelos de esas marcas, para todos los segmentos: medianos, camionetas y alta gama. El evento sería una buena oportunidad de negocios a la vez que una demostración a la opinión pública de que el sistema apoyaba la comercialización de nuevos vehículos eléctricos de fabricación plástica, y duración limitada. El empresariado por lo tanto buscaba un perfil de nuevo hombre de consumo, que debería vivir endeudado en extensos planes de pago que durarían más que los propios autos descartables que se vendían.
En ese contexto los viejos talleres mecánicos de barrio debían ser eliminados para dar lugar a los modernos centros de reprogramación automotor donde se actualizaba el software de cada unidad. Lo último que necesitaba ese sistema eran precisamente autos que durasen para siempre, autos de materiales nobles, que puedan repararse y seguir andando. Por ello, todos los representantes de esa vieja cultura debían ser denigrados y estigmatizados. Y con ese objetivo los asesores gubernamentales tuvieron una idea maquiavélica: en el gran acto de lanzamiento de la nueva ley conjuntamente con los nuevos modelos de todas las marcas, a un costado del escenario principal se debería ver a los representantes de la llamada “Segunda Cruzada” detenidos y custodiados por agentes del Servicio Penitenciario. Se buscaba que esa imagen de los rebeldes capturados, reproducida en todos los medios, sea una alegoría del pasado automotriz derrotado.
Así fue como en una inconstitucional aplicación retroactiva de la ley, se dictó la orden de detención para el ahora famoso Thiago, quien poco tiempo atrás había sido rescatado en la avenida 9 de Julio por autos emblemáticos del pasado de cada marca. Pero para que la advertencia sea más impactante aun, también se impartieron órdenes de captura para los líderes de los 3 grandes grupos que lo habían liberado. Dichos rebeldes eran conocidos como Mariano, Nahuel y Marcelo, orgullosos propietarios de un Dodge Coronado, un Falcon Futura y un Torino 380 W respectivamente.
Una vez detenidos, los cuatro amigos fueron alojados en un pequeño calabozo de una prisión de máxima seguridad, desde donde una semana mas tarde serían trasladados para ser exhibidos en el blasfemo acto del Centro Comercial Pilar como si fuesen peligrosos delincuentes capturados.
Dentro de la celda, los cuatro prisioneros mataban el tiempo hojeando una y otra vez un álbum que Thiago había llevado que recopilaba fotos de los autos que lo habían rescatado en La Segunda Cruzada. “¡El álbum de los valientes!” exclamó Marcelo mientras miraba una por una las imágenes de los poderosos 6 cilindros con sus dueños. Hasta que al llegar a la página final, notó un detalle que le llamó la atención, una inscripción manuscrita en otro idioma cerraba el pesado bibliorato: “all`alba vinceró”. Entonces el Torinero le preguntó a Thiago: “¿y esto que significa?”. A lo que el dueño de la famosa Chevy contestó: “quiere decir: al alba venceré. En italiano. Era la parte favorita de una ópera que siempre mi abuelo escuchaba cantada por Pavarotti. Me gusta como suena esa frase, su poder; y me pareció buena la idea de cerrar el álbum con esas palabras que además me recuerdan a un ser querido”. Marcelo asintió con la cabeza con el gesto de los que entienden. Y cerró el grueso cuaderno.
Mientras tanto el estado de indignación y malestar de la comunidad fierrera del país era total. La privación de libertad de los cuatro disidentes era un insulto al pasado glorioso de la industria automotriz argentina, cuyo recuerdo ahora se pretendía borrar por la fuerza, tratando de eliminar hasta el último vestigio de la famosa Segunda Cruzada. Así fue como a lo largo y ancho de toda la nación se fue generando un nuevo llamado clandestino que se multiplicó hasta el infinito por todos los foros, redes y teléfonos móviles de los amantes de los autos de la edad dorada nuestra industria. La convocatoria procedente de un misterioso número identificado en las pantallas como Víctor, decía textualmente: “Llamando a todos los héroes, a los que nunca se rindieron, a los románticos luchadores que aun creen en la amistad, a los guerreros de la vieja escuela a lo largo y ancho de la patria. Preparen sus motores y refuercen sus chasis para la Tercera Cruzada”. El mensaje de texto finalizaba dando las coordenadas exactas del Centro Comercial Pilar, donde en pocos días se celebraría el lanzamiento de la nueva Ley de Renovación Automotor, para efectuar allí en ese momento, un nuevo rescate de Thiago y sus amigos.
Los Servicios de Inteligencia del Estado interceptaron el llamado revolucionario y de inmediato dieron cuenta de ello a las autoridades, las cuales comenzaron a tomar las medidas preventivas del caso. El gobierno no quería dar una imagen represiva frente a la población, y aún estaba fresco el recuerdo de los plásticos patrulleros destrozados por los metálicos autos retro. Así que para esta oportunidad se había decidido implementar una técnica defensiva mucho mas evolucionada. Detrás del tablado donde se celebraría la ceremonia de lanzamiento de la nueva ley en Pilar, para evitar un eventual intento de rescate de los detenidos que allí estarían, se había instalado un novedoso dispositivo militar conocido como “emisora de doble cerco” utilizado en escenarios bélicos terrestres para detener el avance de blindados. El sistema irradiaba alrededor de su punto central un círculo exterior invisible que constituía una barrera decodificadora que al ser traspuesta desactivaba cualquier sistema de computadora de a bordo instalada en el móvil que fuere, provocando un corte eléctrico instantáneo en el vehículo. El dispositivo, emanaba además un cerco o anillo más pequeño interior concéntrico, de color rojo brillante, que literalmente electrocutaba a todo objeto que lo traspasase y a sus ocupantes. De este modo, si alguien lograba traspasar el primer aro de decodificación informática, indudablemente no atravesaría con vida el segundo anillo, capaz de freír hasta un tanque de guerra.
Mientras tanto y lejos de tanta sofisticación, en oscuras calles suburbanas, en talleres clandestinos, y en galpones ruteros, miles de rebeldes ajustaban tuercas, reforzaban carrocerías, paragolpes y chasis metálicos, regulaban motores y carburadores, en definitiva, aprestaban sus corceles de hierro que relinchaban una vez mas como si se tratase de la vuelta de los Granaderos a Caballo listos a cargar una vez más contra las tropas del Rey. Había que estar preparados para cuando llegue el momento, cuando aparezca el mensaje clave de ataque.
Los defensores de los autos clásicos estaban organizados ya como un verdadero ejército que respondía al enigmático comando de una línea de telefonía celular que provenía de la Chevy del encarcelado Thiago, la cual aguardaba inmóvil en el garage de su casa que ahora parecía desierta. El nombre clave que figuraba en los identificadores de llamadas y que provenía de ese móvil era: “Víctor”, y todos los ex integrantes de la Segunda Cruzada sabían que ese número era confiable, así se los había hecho saber Thiago en su momento, y así se habían organizado desde aquella gloriosa jornada en la 9 de Julio. La comunidad fierrera sabía muy bien que a quien quiera que el hombre de la Chevy le haya delegado su señal, sería alguien de confianza, quizá el mejor amigo de Thiago.
Hasta que llegó el día de la ceremonia de lanzamiento de la nueva Ley de automotores en el lujoso polo comercial de Pilar, la cual estaba prevista para horas de la tarde con presencia de todos los medios periodísticos, que efectuarían una amplia cobertura. Esa mañana al alba un mensaje apareció en simultáneo en las pantallas de celulares y computadoras portátiles de los dueños de autos clásicos de todo el país, el texto decía con mayúsculas “LLEGÓ LA HORA. CUESTIÓN DE CÓDIGOS”.
PARTE FINAL
Con las primeras luces del día estallaron los sonidos de los escapes más furiosos de la historia. Eran la resistencia al plan de renovación vehicular y sus autos perecederos, eran la reacción opuesta al cautiverio forzoso de los amigos, eran la voz de la industria argentina volviendo a través de la historia, era: La Tercera Cruzada. Esta vez el malón de justicieros de metal fue gigantesco y llegó desde todas las rutas de país.
Eran muchos más ahora que en la vez anterior. Autos de otros tiempos acudían al llamado del espíritu único de los guerreros del camino. Todos rumbo a la batalla de Pilar. Desde el norte llegaban los míticos Torinos argentinos, incontables como sus carburadores. Los chivos, como bravos apaches Super Sport, arrasaban desde la avenida Pavón, desde General Paz, desde ruta 9. Junto a ellos se podía ver a sus primos halcones que volvían al ataque con sus alas de metal envenenadas y sus corazones 188 y 221; del 62, de 74 , del 81, si los cobardes ejecutivos del óvalo hubiesen tenido agallas, quizá aún se seguirían fabricando. Esos mismos fríos ejecutivos, de una u otra marca eran quienes ahora en pleno 2030 habían decidido la erradicación de los viejos autos argentinos de la era del hierro, ellos eran…el enemigo. En tanto los dodgeros dibujaban sus siluetas diabólicas al pasar por cada pueblo haciendo que los lugareños no terminen de entender si estaban viviendo un sueño o una pesadilla musicalizada por motores de de 6 y 8 cilindros. Aquel día las carreteras y caminos volvieron a perfumarse con ese inigualable olor a nafta del pasado.
Pero esta vez el llamado al combate no terminaba allí, y aparecieron en el horizonte los nuevos aliados: 404`s, Taunus, Opels, y hasta algunos aventureros que saltaban charcos y levantaban polvaredas en misteriosos “coches rana” de 2 cilindros…
El ejército de soñadores dementes se completaba con un grupo de bandidos enmascarados que llegaban desde la costa por ruta 11 con improvisados jeeps y vehículos areneros equipados con motores 221 y 250. Eran los mamuts que emergían de las arenas. Estos forajidos tenían la misión de tomar por asalto camiones tanque de combustible, y abastecer a los autos clásicos multimarcas que junto a ellos avanzaban hacia Pilar para el rescate de Thiago y los suyos.
Al paso de la incontenible armada de autos retro, se registraban incendios con bombas molotov en las agencias de automotores 0 km afectadas al plan de renovación vehicular, donde en medio de nubes de humo y olor a plástico quemado se derretían infames carteles que rezaban: “Tomamos tu usado como parte de pago”.
Las rutas del país se habían transformado en el escenario de un histórico desfile de autos de otros tiempos que eran saludados por familias enteras a su paso, como si se tratase de un nuevo ejército libertador.
Pero todos estos movimientos eran prolijamente monitoreados por las autoridades a través de un exhaustivo seguimiento satelital, de modo tal que al acercarse la hora de inicio del evento -y habiendo llegado las autoridades, los líderes empresariales, e inclusive encontrándose los 4 prisioneros en posición contigua al escenario- los encargados de seguridad dieron la orden de activar el sistema defensivo de “emisora de doble cerco”, que dibujó de inmediato un aro rojo luminoso en torno al predio principal, en tanto otro anillo invisible esperaba a los legionarios a un kilómetro a la redonda.
Pero a medida que desde todas las rutas fueron llegando las columnas de viejos autos, todos iban trasponiendo sin dificultades el primer círculo decodificador de protección, como si éste no existiese. Cuando los asesores en sistemas vieron esto en las pantallas satelitales, cruzaron miradas de vergüenza y confusión, el anillo desactivaría la computadora de a bordo de cualquier vehículo, a no ser que el mismo…no tenga computadora. Así, los acorazados retro, sin saberlo, habían ganado el primer round de la pelea por el rescate de Pilar, pero aun quedaba lo peor: el círculo rojo electrificado.
El escenario principal del centro comercial era gigantesco y con banderas de todas las marcas automotrices. Allí departían el Gobernador de la Provincia, y el Jefe de Gabinete con altos funcionarios y líderes del mundo empresarial. En enormes pantallas se alternaban spots publicitarios de dichas compañías con propaganda gubernamental a favor de la nueva ley automotriz. Alrededor de la plataforma central se veían stands con los autos más recientes de cada empresa con bonitas promotoras y mozos de blancas camisas ofreciendo bebidas en finas copas a los concurrentes al encuentro, entre los que se encontraban empresarios llegados desde Brasil y países asiáticos. Y finalmente hacia un costado del escenario, se encontraban Thiago, Mariano, Nahuel y Marcelo esposados y custodiados por uniformados. Estos detenidos parecían ser una parte más del infame show montado para la ocasión, y eran fotografiados como si se tratase del salvaje King Kong en aquel teatro de Nueva York.
Pero los autos de metal fueron llegando. Y la Chevy de Thiago con sus vidrios polarizados conducida por el enigmático Víctor, se detuvo en las afueras del centro comercial Pilar junto a las primeras filas de autos clásicos donde se mezclaban Valiants, Ramblers y chatas Apache. Allí el líder se encontró frente al anillo rojo que rodeaba el predio, y en forma preventiva por su teléfono móvil impartió la directiva de rodear el objetivo a todas las demás columnas que fueron llegando y sitiando el lugar del evento. De esta manera en medio de una tensa calma, en cuestión de minutos el lugar del acto circundado por el eléctrico cerco, se vio rodeado por miles de autos del pasado arribados desde todo el país, tal como una capital imperial acechada por bárbaros.
Desde el epicentro del polo comercial, el Jefe de Gabinete de Ministros, llegado especialmente para el evento, tomó un micrófono instando a los rebeldes a que se replieguen de inmediato, ya que todo aquel que traspusiere el anillo rojo, moriría en el acto. Lejos de retirarse, los autos clásicos permanecieron en el lugar sitiando el centro comercial, y exigiendo la inmediata liberación de Thiago y sus amigos. Un frío sudor comenzó a correr por las frentes de muchos de los ilustres invitados al evento, a la vez que el ruido de los motores acelerando en el lugar se hacía ensordecedor.
Fue en ese momento cuando el Gobernador de la Provincia, sabiendo que todo era transmitido en directo por los canales de televisión a todo el país, pidió la palabra y tomando el micrófono improvisó un breve discurso exhortando a los dueños de autos clásicos a deponer su absurda actitud dado que era imposible luchar contra el paso del tiempo y las nuevas tecnologías. Pero al ver que ninguno de los rebeldes se movía de su lugar desató la furia general de los blindados rescatistas cuando expresó textualmente: “Los invito a que reflexionen y mañana pasen junto a sus familias por una agencia oficial de sus marcas favoritas, entregando esos viejos vehículos como parte de pago para acceder a beneficios en la adquisición de un auto cero kilómetro mucho mas seguro y confortable”.
Esas palabras aumentaron el grado de ira al otro lado del rojo círculo, entre los metálicos cascos que rodeaban el centro comercial. Fue entonces cuando alguien sintió que había llegado el momento de actuar en forma individual. Las ruedas traseras de la Chevy de Thiago conducida por el tal Víctor, comenzaron a quemar caucho en el lugar y en cuestión de segundos ante el asombro de todo el mundo la cupé se lanzo en línea recta suicida contra la eléctrica muralla roja.
Tanto desde los altavoces del escenario, como desde los propios acorazados, surgieron voces desesperadas pidiéndole al conductor que frene y se detenga. Pero ya era demasiado tarde, el viejo caballo criollo de tracción trasera ya iba derecho hacia el anillo mortal como valiente misil exocet rumbo a un navío de Su Majestad. El Chevrolet kamikaze, centímetros antes de la línea fatal, pareció saltar al vacío de la muerte –o quizá de la vida eterna– y con su poderosa figura cruzó como una flecha el círculo prohibido recibiendo miles de voltios sobe su antiguo casco de metal que provocaron un estallido de destellos y chispas que dieron un aura gloriosa al misterioso suicida Víctor, que heroicamente indicó el camino a seguir.
La descarga de energía eléctrica sobre la carrocería fue tan brutal que una vez que la cupé traspuso el cerco y quedó inmóvil y humeante frente al escenario principal, el círculo rojo destelló un par de veces y se apagó. El sistema no era infalible, solo hacía falta alguien capaz de dar su vida para producir el colapso y la falla eléctrica necesaria para abrir la brecha.
Por un instante el tiempo pareció detenerse ante la imagen heroica del chamuscado chivo temerario que yacía frente los burócratas que lo miraban boquiabiertos, ya sin su cobarde anillo de protección.
Con el camino ya liberado entonces, el ejército acorazado de autos clásicos salió a la carga sobre el objetivo destruyendo todo a su paso. Los modernos autos cero kilómetro de los stands fueron lo primero en estallar en pedazos ante el brutal impacto de los metálicos paragolpes de la vieja guardia. Políticos y empresarios saltaron del escenario antes de que las chatas Apaches y C/10 embistieran contra los parantes de la plataforma y todo cayera desplomado. El Gobernador, el Jefe de Gabinete y otros políticos rastreros lograron escapar en helicóptero de aquel caos total, trayendo a la memoria tristes imágenes del pasado.
En medio de la violenta confusión, los guardias uniformados abandonaron sus puestos y así, los cuatro prisioneros rebeldes quedaron libres y lograron subirse a los autos de sus queridas marcas que habían llegado a rescatarlos, donde sus amigos cortaron las cadenas que los esposaban.
En ese marco, en medio de los ruidos de los impactos de las carrocerías metálicas contra los stands de las automotrices, Thiago levantó de entre los restos del caído escenario, el micrófono usado minutos antes por el cobarde Gobernador y se subió a la oxidada caja de una Sapo que rugía orgullosa. Entonces desde allí con su puño derecho en alto dio la orden que se escuchó amplificada por todos los parlantes del centro comercial: “¡Liberen las banderas!”. Inmediatamente y mientras terminaban de aplastar a los sintéticos restos crujientes de los puestos esponsoreados, varios de los heroicos conductores de la Cruzada, tomaron las flameantes insignias que las automotrices habían instalado en sus ya destruidos puestos. Así por fin, y después de décadas la bandera del óvalo azul volvió a ondear agitada por el copiloto de un majestuoso Falcon en tanto a la del moño rojo de los chivos la blandía una orgullosa familia que se había acercado en una chata Chevrolet de los 60’s negra mate.
El país entero a través de la TV y las computadoras portátiles derramaba lágrimas de emoción ante las imágenes victoriosas de autos que parecían salidos de un fantástico sueño, que hacían trompos y parecían dar vueltas olímpicas con las banderas rescatadas luego de muchos años de plásticas vergüenzas de esas marcas. Esos estandartes liberados de su forzoso cautiverio, habían recuperando su dignidad, ondeando en autos que los merecían.
Finalmente y ya con la misión cumplida se produjo la desconcentración de autos clásicos que retornaron a sus ciudades y pueblos de origen por los mismos caminos por los cuales habían llegado. Thiago, Mariano, Nahuel y Marcelo, se despidieron con un abrazo diciéndose “hasta luego”.
Cuando ya casi nadie quedaba en el devastado campo de batalla, Thiago se acercó paso a paso al chamuscado casco de su querida Chevy que yacía inmóvil rodeada de placas de plástico rotas en pedazos, así como yace el cuerpo de un bravo caballero en su mortuoria armadura rodeado de los restos de sus enemigos a quienes cobró cara su muerte. Miró en silencio al auto que tanto había soñado desde pequeño y que por esas cosas del destino, se había inmolado bajo las descargas eléctricas para rescatar a su dueño. Se aproximó más y más hasta llegar a la ventanilla del conductor para poder ver finalmente a quien había sido el valiente que dio su vida por devolverle a él la libertad y a los autos clásicos la dignidad. Pero ningún cuerpo se encontraba en el habitáculo de la cupé, estaba vacía. Sobre la quemada cuerina de la butaca del conductor solo había una hoja de papel manuscrita con una letra que le resultaba “familiar”. La nota solo decía: “¡All’alba vincerò!”.
Thiago entonces supo de quien se trataba, y miró al cielo guiñando un ojo. En voz baja susurró: “Sabía que volverías para manejar un poco la Chevy. La voy a restaurar, abuelo. Como bien me enseñaste: estos autos son inmortales”.
Como consecuencia de la Tercera Cruzada, la infame Ley de Renovación Vehicular fue derogada y las banderas del moño y el óvalo tomadas en combate volvieron a ser emblema de autos que las merecieran al aparecer al día siguiente a la batalla en todos los diarios del país, junto a las fotos de aquellos que desde todas las rutas acudieron en rescate de amigos y de sueños. Esas mismas fotografías de los nuevos cruzados engrosarían el “álbum de los valientes” de Thiago.
La amistad y el corazón habían vencido una vez más a los negocios, pero la hermandad de los guerreros del hierro, jamás bajó la guardia ni se dejó engañar por el discurso de la dictadura del plástico. Se desconoce cuando puedan volver a reagruparse y atacar una vez más.
Se dice de una raza de inmortales, de salvajes románticos que por su naturaleza siempre se negó a desaparecer. Cuando mires dibujarse sus fantasmales figuras en alguna ruta, cuando los veas agrupados al costado de algún camino perdido, o cuando escuches sus motores en algún taller de barrio, deberás recordar que para ellos está reservado el destino de los indomables, de los que al alba vencerán.
CESAR RODRIGUEZ BIERWERTH
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(Isadora Duncan)
PRIMERA PARTE
Año 2030. Luego de la denominada Segunda Cruzada, aquella violenta movilización de autos clásicos nacionales que dejó como saldo la destrucción de varios móviles policiales y la imagen grabada en las retinas de una caravana de cientos de vehículos de 6 y 8 cilindros del pasado siglo XX desfilando por la ciudad, las autoridades gubernamentales conjuntamente con el sector empresarial tuvieron varias reuniones tendientes a decidir el camino político a seguir frente a una realidad que los sorprendió y que parecía superarlos: a pesar de las prohibiciones, grupos de fanáticos de todo el país, en forma clandestina, se dedicaban a preservar un tipo de autos aparentemente indestructibles. Estas agrupaciones no se hallaban sujetas a controles de afiliación, y sus integrantes no pagaban cuotas de membresía. Dichas personas asimismo, no obtenían ganancia alguna por desarrollar tal actividad de restauración de automóviles, e incluso gastaban importantes porcentajes de sus salarios en dicha tarea. Pero lo que más sorprendió a la clase dirigente fue que estas agrupaciones contraculturales parecían estar unidas por extraños lazos basados solo en la amistad.
Para el 2030 no había lugar para esa clase de códigos que en definitiva, solo atentaban contra la comercialización de unidades cero kilómetro de las filiales argentinas de las grandes firmas extranjeras.
El titular de la Cámara Argentina de Comercio en forma conjunta con el de Unión industrial propusieron entonces al poder ejecutivo impulsar una norma conducente a que los dueños de autos clásicos, entreguen sus coches como parte de pago de vehículos cero kilómetro, obteniendo así, importantes descuentos en los precios finales. La finalidad de esta medida se vería traducida en un doble efecto: por un lado se incrementarían las ventas de nuevos vehículos, y por el otro, se irían eliminando gradualmente los autos nafteros de hierro –ahora considerados peligrosos- los cuales serían convertidos en chatarra. El “stablishment” consideró de tal manera que la tentación de poseer un auto nuevo con mejoras en su precio haría que los restauradores se desprendiesen de sus coches antiguos, y así poco a poco se iría eliminando y destruyendo el parque automotor clásico en forma legal en grandes plantas compactadoras habilitadas a tal efecto. Para ello se tomó como modelo y antecedente al llamado “Plan Canje” de fines del pasado siglo. Al mismo tiempo el proyecto de ley incluiría en su articulado disposiciones tales como la prohibición absoluta de cualquier tipo de operación de compraventa de piezas de carrocería y/o mecánica perteneciente a todo auto fabricado en el siglo veinte. La norma también obligaría a las estaciones de servicio de todo el país, a vender naftas solo a vehículos oficiales, o de transporte comercial, previa presentación de una credencial de habilitación especial. Así, los vehículos nafteros particulares desaparecerían por completo de las calles y rutas. Por último y a modo de prevención general y ejemplificadora, la nueva ley imponía penas de cárcel a aquellos que en forma grupal y violenta, ostenten vehículos “peligrosos” tal como había ocurrido en “La Segunda Cruzada” de meses atrás.
El Gobierno aceptó la propuesta empresarial, y con la anuencia del corrupto Poder Legislativo, la ley conocida como de “Renovación Vehicular” fue aprobada por ambas Cámaras en tiempo record.
Para el 2030, ya no existía la industria automotriz nacional, y la mayor parte del parque automotor circulante provenía del Brasil y de países asiáticos, siendo casi en su totalidad rodados de compuestos plásticos livianos y de propulsión eléctrica. La mayoría de las nuevas unidades además, poseían ya sistemas de “autoconducción” con los cuales el usuario al subir al auto, solo debía programar en la computadora del mismo, el lugar de destino, y ésta gracias a su conexión satelital y de tránsito hacía todo el trabajo de dirigir el auto por las calles menos transitadas y el camino mas rápido, acelerando y deteniéndose sin margen de errores por sus sensores de obstáculos. De tal manera, pisar un acelerador o meter un cambio de velocidades en forma manual, comenzaba a ser cosa del pasado.
Conjuntamente con la sanción de la “Ley de Renovación Vehicular” las tandas publicitarias de los “prime times” televisivos se inundaron de spots difundiendo los beneficios de la entrega de un auto viejo a cambio de “calidad de vida a bordo” y hasta “mayor seguridad” brindada por los mas modernos airbags y carrocerías deformables para “mayor absorción de impactos”.
Para el lanzamiento nacional de la Ley de Renovación Vehicular, las autoridades decidieron montar un gigantesco Show en el Parque Comercial Pilar al costado del Acceso Norte, donde se contaría con la presencia de los representantes de las grandes firmas automotrices, y autoridades del Gobierno de la Provincia de Buenos Aires. Habría stands de exposición con los más recientes modelos de esas marcas, para todos los segmentos: medianos, camionetas y alta gama. El evento sería una buena oportunidad de negocios a la vez que una demostración a la opinión pública de que el sistema apoyaba la comercialización de nuevos vehículos eléctricos de fabricación plástica, y duración limitada. El empresariado por lo tanto buscaba un perfil de nuevo hombre de consumo, que debería vivir endeudado en extensos planes de pago que durarían más que los propios autos descartables que se vendían.
En ese contexto los viejos talleres mecánicos de barrio debían ser eliminados para dar lugar a los modernos centros de reprogramación automotor donde se actualizaba el software de cada unidad. Lo último que necesitaba ese sistema eran precisamente autos que durasen para siempre, autos de materiales nobles, que puedan repararse y seguir andando. Por ello, todos los representantes de esa vieja cultura debían ser denigrados y estigmatizados. Y con ese objetivo los asesores gubernamentales tuvieron una idea maquiavélica: en el gran acto de lanzamiento de la nueva ley conjuntamente con los nuevos modelos de todas las marcas, a un costado del escenario principal se debería ver a los representantes de la llamada “Segunda Cruzada” detenidos y custodiados por agentes del Servicio Penitenciario. Se buscaba que esa imagen de los rebeldes capturados, reproducida en todos los medios, sea una alegoría del pasado automotriz derrotado.
Así fue como en una inconstitucional aplicación retroactiva de la ley, se dictó la orden de detención para el ahora famoso Thiago, quien poco tiempo atrás había sido rescatado en la avenida 9 de Julio por autos emblemáticos del pasado de cada marca. Pero para que la advertencia sea más impactante aun, también se impartieron órdenes de captura para los líderes de los 3 grandes grupos que lo habían liberado. Dichos rebeldes eran conocidos como Mariano, Nahuel y Marcelo, orgullosos propietarios de un Dodge Coronado, un Falcon Futura y un Torino 380 W respectivamente.
Una vez detenidos, los cuatro amigos fueron alojados en un pequeño calabozo de una prisión de máxima seguridad, desde donde una semana mas tarde serían trasladados para ser exhibidos en el blasfemo acto del Centro Comercial Pilar como si fuesen peligrosos delincuentes capturados.
Dentro de la celda, los cuatro prisioneros mataban el tiempo hojeando una y otra vez un álbum que Thiago había llevado que recopilaba fotos de los autos que lo habían rescatado en La Segunda Cruzada. “¡El álbum de los valientes!” exclamó Marcelo mientras miraba una por una las imágenes de los poderosos 6 cilindros con sus dueños. Hasta que al llegar a la página final, notó un detalle que le llamó la atención, una inscripción manuscrita en otro idioma cerraba el pesado bibliorato: “all`alba vinceró”. Entonces el Torinero le preguntó a Thiago: “¿y esto que significa?”. A lo que el dueño de la famosa Chevy contestó: “quiere decir: al alba venceré. En italiano. Era la parte favorita de una ópera que siempre mi abuelo escuchaba cantada por Pavarotti. Me gusta como suena esa frase, su poder; y me pareció buena la idea de cerrar el álbum con esas palabras que además me recuerdan a un ser querido”. Marcelo asintió con la cabeza con el gesto de los que entienden. Y cerró el grueso cuaderno.
Mientras tanto el estado de indignación y malestar de la comunidad fierrera del país era total. La privación de libertad de los cuatro disidentes era un insulto al pasado glorioso de la industria automotriz argentina, cuyo recuerdo ahora se pretendía borrar por la fuerza, tratando de eliminar hasta el último vestigio de la famosa Segunda Cruzada. Así fue como a lo largo y ancho de toda la nación se fue generando un nuevo llamado clandestino que se multiplicó hasta el infinito por todos los foros, redes y teléfonos móviles de los amantes de los autos de la edad dorada nuestra industria. La convocatoria procedente de un misterioso número identificado en las pantallas como Víctor, decía textualmente: “Llamando a todos los héroes, a los que nunca se rindieron, a los románticos luchadores que aun creen en la amistad, a los guerreros de la vieja escuela a lo largo y ancho de la patria. Preparen sus motores y refuercen sus chasis para la Tercera Cruzada”. El mensaje de texto finalizaba dando las coordenadas exactas del Centro Comercial Pilar, donde en pocos días se celebraría el lanzamiento de la nueva Ley de Renovación Automotor, para efectuar allí en ese momento, un nuevo rescate de Thiago y sus amigos.
Los Servicios de Inteligencia del Estado interceptaron el llamado revolucionario y de inmediato dieron cuenta de ello a las autoridades, las cuales comenzaron a tomar las medidas preventivas del caso. El gobierno no quería dar una imagen represiva frente a la población, y aún estaba fresco el recuerdo de los plásticos patrulleros destrozados por los metálicos autos retro. Así que para esta oportunidad se había decidido implementar una técnica defensiva mucho mas evolucionada. Detrás del tablado donde se celebraría la ceremonia de lanzamiento de la nueva ley en Pilar, para evitar un eventual intento de rescate de los detenidos que allí estarían, se había instalado un novedoso dispositivo militar conocido como “emisora de doble cerco” utilizado en escenarios bélicos terrestres para detener el avance de blindados. El sistema irradiaba alrededor de su punto central un círculo exterior invisible que constituía una barrera decodificadora que al ser traspuesta desactivaba cualquier sistema de computadora de a bordo instalada en el móvil que fuere, provocando un corte eléctrico instantáneo en el vehículo. El dispositivo, emanaba además un cerco o anillo más pequeño interior concéntrico, de color rojo brillante, que literalmente electrocutaba a todo objeto que lo traspasase y a sus ocupantes. De este modo, si alguien lograba traspasar el primer aro de decodificación informática, indudablemente no atravesaría con vida el segundo anillo, capaz de freír hasta un tanque de guerra.
Mientras tanto y lejos de tanta sofisticación, en oscuras calles suburbanas, en talleres clandestinos, y en galpones ruteros, miles de rebeldes ajustaban tuercas, reforzaban carrocerías, paragolpes y chasis metálicos, regulaban motores y carburadores, en definitiva, aprestaban sus corceles de hierro que relinchaban una vez mas como si se tratase de la vuelta de los Granaderos a Caballo listos a cargar una vez más contra las tropas del Rey. Había que estar preparados para cuando llegue el momento, cuando aparezca el mensaje clave de ataque.
Los defensores de los autos clásicos estaban organizados ya como un verdadero ejército que respondía al enigmático comando de una línea de telefonía celular que provenía de la Chevy del encarcelado Thiago, la cual aguardaba inmóvil en el garage de su casa que ahora parecía desierta. El nombre clave que figuraba en los identificadores de llamadas y que provenía de ese móvil era: “Víctor”, y todos los ex integrantes de la Segunda Cruzada sabían que ese número era confiable, así se los había hecho saber Thiago en su momento, y así se habían organizado desde aquella gloriosa jornada en la 9 de Julio. La comunidad fierrera sabía muy bien que a quien quiera que el hombre de la Chevy le haya delegado su señal, sería alguien de confianza, quizá el mejor amigo de Thiago.
Hasta que llegó el día de la ceremonia de lanzamiento de la nueva Ley de automotores en el lujoso polo comercial de Pilar, la cual estaba prevista para horas de la tarde con presencia de todos los medios periodísticos, que efectuarían una amplia cobertura. Esa mañana al alba un mensaje apareció en simultáneo en las pantallas de celulares y computadoras portátiles de los dueños de autos clásicos de todo el país, el texto decía con mayúsculas “LLEGÓ LA HORA. CUESTIÓN DE CÓDIGOS”.
PARTE FINAL
Con las primeras luces del día estallaron los sonidos de los escapes más furiosos de la historia. Eran la resistencia al plan de renovación vehicular y sus autos perecederos, eran la reacción opuesta al cautiverio forzoso de los amigos, eran la voz de la industria argentina volviendo a través de la historia, era: La Tercera Cruzada. Esta vez el malón de justicieros de metal fue gigantesco y llegó desde todas las rutas de país.
Eran muchos más ahora que en la vez anterior. Autos de otros tiempos acudían al llamado del espíritu único de los guerreros del camino. Todos rumbo a la batalla de Pilar. Desde el norte llegaban los míticos Torinos argentinos, incontables como sus carburadores. Los chivos, como bravos apaches Super Sport, arrasaban desde la avenida Pavón, desde General Paz, desde ruta 9. Junto a ellos se podía ver a sus primos halcones que volvían al ataque con sus alas de metal envenenadas y sus corazones 188 y 221; del 62, de 74 , del 81, si los cobardes ejecutivos del óvalo hubiesen tenido agallas, quizá aún se seguirían fabricando. Esos mismos fríos ejecutivos, de una u otra marca eran quienes ahora en pleno 2030 habían decidido la erradicación de los viejos autos argentinos de la era del hierro, ellos eran…el enemigo. En tanto los dodgeros dibujaban sus siluetas diabólicas al pasar por cada pueblo haciendo que los lugareños no terminen de entender si estaban viviendo un sueño o una pesadilla musicalizada por motores de de 6 y 8 cilindros. Aquel día las carreteras y caminos volvieron a perfumarse con ese inigualable olor a nafta del pasado.
Pero esta vez el llamado al combate no terminaba allí, y aparecieron en el horizonte los nuevos aliados: 404`s, Taunus, Opels, y hasta algunos aventureros que saltaban charcos y levantaban polvaredas en misteriosos “coches rana” de 2 cilindros…
El ejército de soñadores dementes se completaba con un grupo de bandidos enmascarados que llegaban desde la costa por ruta 11 con improvisados jeeps y vehículos areneros equipados con motores 221 y 250. Eran los mamuts que emergían de las arenas. Estos forajidos tenían la misión de tomar por asalto camiones tanque de combustible, y abastecer a los autos clásicos multimarcas que junto a ellos avanzaban hacia Pilar para el rescate de Thiago y los suyos.
Al paso de la incontenible armada de autos retro, se registraban incendios con bombas molotov en las agencias de automotores 0 km afectadas al plan de renovación vehicular, donde en medio de nubes de humo y olor a plástico quemado se derretían infames carteles que rezaban: “Tomamos tu usado como parte de pago”.
Las rutas del país se habían transformado en el escenario de un histórico desfile de autos de otros tiempos que eran saludados por familias enteras a su paso, como si se tratase de un nuevo ejército libertador.
Pero todos estos movimientos eran prolijamente monitoreados por las autoridades a través de un exhaustivo seguimiento satelital, de modo tal que al acercarse la hora de inicio del evento -y habiendo llegado las autoridades, los líderes empresariales, e inclusive encontrándose los 4 prisioneros en posición contigua al escenario- los encargados de seguridad dieron la orden de activar el sistema defensivo de “emisora de doble cerco”, que dibujó de inmediato un aro rojo luminoso en torno al predio principal, en tanto otro anillo invisible esperaba a los legionarios a un kilómetro a la redonda.
Pero a medida que desde todas las rutas fueron llegando las columnas de viejos autos, todos iban trasponiendo sin dificultades el primer círculo decodificador de protección, como si éste no existiese. Cuando los asesores en sistemas vieron esto en las pantallas satelitales, cruzaron miradas de vergüenza y confusión, el anillo desactivaría la computadora de a bordo de cualquier vehículo, a no ser que el mismo…no tenga computadora. Así, los acorazados retro, sin saberlo, habían ganado el primer round de la pelea por el rescate de Pilar, pero aun quedaba lo peor: el círculo rojo electrificado.
El escenario principal del centro comercial era gigantesco y con banderas de todas las marcas automotrices. Allí departían el Gobernador de la Provincia, y el Jefe de Gabinete con altos funcionarios y líderes del mundo empresarial. En enormes pantallas se alternaban spots publicitarios de dichas compañías con propaganda gubernamental a favor de la nueva ley automotriz. Alrededor de la plataforma central se veían stands con los autos más recientes de cada empresa con bonitas promotoras y mozos de blancas camisas ofreciendo bebidas en finas copas a los concurrentes al encuentro, entre los que se encontraban empresarios llegados desde Brasil y países asiáticos. Y finalmente hacia un costado del escenario, se encontraban Thiago, Mariano, Nahuel y Marcelo esposados y custodiados por uniformados. Estos detenidos parecían ser una parte más del infame show montado para la ocasión, y eran fotografiados como si se tratase del salvaje King Kong en aquel teatro de Nueva York.
Pero los autos de metal fueron llegando. Y la Chevy de Thiago con sus vidrios polarizados conducida por el enigmático Víctor, se detuvo en las afueras del centro comercial Pilar junto a las primeras filas de autos clásicos donde se mezclaban Valiants, Ramblers y chatas Apache. Allí el líder se encontró frente al anillo rojo que rodeaba el predio, y en forma preventiva por su teléfono móvil impartió la directiva de rodear el objetivo a todas las demás columnas que fueron llegando y sitiando el lugar del evento. De esta manera en medio de una tensa calma, en cuestión de minutos el lugar del acto circundado por el eléctrico cerco, se vio rodeado por miles de autos del pasado arribados desde todo el país, tal como una capital imperial acechada por bárbaros.
Desde el epicentro del polo comercial, el Jefe de Gabinete de Ministros, llegado especialmente para el evento, tomó un micrófono instando a los rebeldes a que se replieguen de inmediato, ya que todo aquel que traspusiere el anillo rojo, moriría en el acto. Lejos de retirarse, los autos clásicos permanecieron en el lugar sitiando el centro comercial, y exigiendo la inmediata liberación de Thiago y sus amigos. Un frío sudor comenzó a correr por las frentes de muchos de los ilustres invitados al evento, a la vez que el ruido de los motores acelerando en el lugar se hacía ensordecedor.
Fue en ese momento cuando el Gobernador de la Provincia, sabiendo que todo era transmitido en directo por los canales de televisión a todo el país, pidió la palabra y tomando el micrófono improvisó un breve discurso exhortando a los dueños de autos clásicos a deponer su absurda actitud dado que era imposible luchar contra el paso del tiempo y las nuevas tecnologías. Pero al ver que ninguno de los rebeldes se movía de su lugar desató la furia general de los blindados rescatistas cuando expresó textualmente: “Los invito a que reflexionen y mañana pasen junto a sus familias por una agencia oficial de sus marcas favoritas, entregando esos viejos vehículos como parte de pago para acceder a beneficios en la adquisición de un auto cero kilómetro mucho mas seguro y confortable”.
Esas palabras aumentaron el grado de ira al otro lado del rojo círculo, entre los metálicos cascos que rodeaban el centro comercial. Fue entonces cuando alguien sintió que había llegado el momento de actuar en forma individual. Las ruedas traseras de la Chevy de Thiago conducida por el tal Víctor, comenzaron a quemar caucho en el lugar y en cuestión de segundos ante el asombro de todo el mundo la cupé se lanzo en línea recta suicida contra la eléctrica muralla roja.
Tanto desde los altavoces del escenario, como desde los propios acorazados, surgieron voces desesperadas pidiéndole al conductor que frene y se detenga. Pero ya era demasiado tarde, el viejo caballo criollo de tracción trasera ya iba derecho hacia el anillo mortal como valiente misil exocet rumbo a un navío de Su Majestad. El Chevrolet kamikaze, centímetros antes de la línea fatal, pareció saltar al vacío de la muerte –o quizá de la vida eterna– y con su poderosa figura cruzó como una flecha el círculo prohibido recibiendo miles de voltios sobe su antiguo casco de metal que provocaron un estallido de destellos y chispas que dieron un aura gloriosa al misterioso suicida Víctor, que heroicamente indicó el camino a seguir.
La descarga de energía eléctrica sobre la carrocería fue tan brutal que una vez que la cupé traspuso el cerco y quedó inmóvil y humeante frente al escenario principal, el círculo rojo destelló un par de veces y se apagó. El sistema no era infalible, solo hacía falta alguien capaz de dar su vida para producir el colapso y la falla eléctrica necesaria para abrir la brecha.
Por un instante el tiempo pareció detenerse ante la imagen heroica del chamuscado chivo temerario que yacía frente los burócratas que lo miraban boquiabiertos, ya sin su cobarde anillo de protección.
Con el camino ya liberado entonces, el ejército acorazado de autos clásicos salió a la carga sobre el objetivo destruyendo todo a su paso. Los modernos autos cero kilómetro de los stands fueron lo primero en estallar en pedazos ante el brutal impacto de los metálicos paragolpes de la vieja guardia. Políticos y empresarios saltaron del escenario antes de que las chatas Apaches y C/10 embistieran contra los parantes de la plataforma y todo cayera desplomado. El Gobernador, el Jefe de Gabinete y otros políticos rastreros lograron escapar en helicóptero de aquel caos total, trayendo a la memoria tristes imágenes del pasado.
En medio de la violenta confusión, los guardias uniformados abandonaron sus puestos y así, los cuatro prisioneros rebeldes quedaron libres y lograron subirse a los autos de sus queridas marcas que habían llegado a rescatarlos, donde sus amigos cortaron las cadenas que los esposaban.
En ese marco, en medio de los ruidos de los impactos de las carrocerías metálicas contra los stands de las automotrices, Thiago levantó de entre los restos del caído escenario, el micrófono usado minutos antes por el cobarde Gobernador y se subió a la oxidada caja de una Sapo que rugía orgullosa. Entonces desde allí con su puño derecho en alto dio la orden que se escuchó amplificada por todos los parlantes del centro comercial: “¡Liberen las banderas!”. Inmediatamente y mientras terminaban de aplastar a los sintéticos restos crujientes de los puestos esponsoreados, varios de los heroicos conductores de la Cruzada, tomaron las flameantes insignias que las automotrices habían instalado en sus ya destruidos puestos. Así por fin, y después de décadas la bandera del óvalo azul volvió a ondear agitada por el copiloto de un majestuoso Falcon en tanto a la del moño rojo de los chivos la blandía una orgullosa familia que se había acercado en una chata Chevrolet de los 60’s negra mate.
El país entero a través de la TV y las computadoras portátiles derramaba lágrimas de emoción ante las imágenes victoriosas de autos que parecían salidos de un fantástico sueño, que hacían trompos y parecían dar vueltas olímpicas con las banderas rescatadas luego de muchos años de plásticas vergüenzas de esas marcas. Esos estandartes liberados de su forzoso cautiverio, habían recuperando su dignidad, ondeando en autos que los merecían.
Finalmente y ya con la misión cumplida se produjo la desconcentración de autos clásicos que retornaron a sus ciudades y pueblos de origen por los mismos caminos por los cuales habían llegado. Thiago, Mariano, Nahuel y Marcelo, se despidieron con un abrazo diciéndose “hasta luego”.
Cuando ya casi nadie quedaba en el devastado campo de batalla, Thiago se acercó paso a paso al chamuscado casco de su querida Chevy que yacía inmóvil rodeada de placas de plástico rotas en pedazos, así como yace el cuerpo de un bravo caballero en su mortuoria armadura rodeado de los restos de sus enemigos a quienes cobró cara su muerte. Miró en silencio al auto que tanto había soñado desde pequeño y que por esas cosas del destino, se había inmolado bajo las descargas eléctricas para rescatar a su dueño. Se aproximó más y más hasta llegar a la ventanilla del conductor para poder ver finalmente a quien había sido el valiente que dio su vida por devolverle a él la libertad y a los autos clásicos la dignidad. Pero ningún cuerpo se encontraba en el habitáculo de la cupé, estaba vacía. Sobre la quemada cuerina de la butaca del conductor solo había una hoja de papel manuscrita con una letra que le resultaba “familiar”. La nota solo decía: “¡All’alba vincerò!”.
Thiago entonces supo de quien se trataba, y miró al cielo guiñando un ojo. En voz baja susurró: “Sabía que volverías para manejar un poco la Chevy. La voy a restaurar, abuelo. Como bien me enseñaste: estos autos son inmortales”.
Como consecuencia de la Tercera Cruzada, la infame Ley de Renovación Vehicular fue derogada y las banderas del moño y el óvalo tomadas en combate volvieron a ser emblema de autos que las merecieran al aparecer al día siguiente a la batalla en todos los diarios del país, junto a las fotos de aquellos que desde todas las rutas acudieron en rescate de amigos y de sueños. Esas mismas fotografías de los nuevos cruzados engrosarían el “álbum de los valientes” de Thiago.
La amistad y el corazón habían vencido una vez más a los negocios, pero la hermandad de los guerreros del hierro, jamás bajó la guardia ni se dejó engañar por el discurso de la dictadura del plástico. Se desconoce cuando puedan volver a reagruparse y atacar una vez más.
Se dice de una raza de inmortales, de salvajes románticos que por su naturaleza siempre se negó a desaparecer. Cuando mires dibujarse sus fantasmales figuras en alguna ruta, cuando los veas agrupados al costado de algún camino perdido, o cuando escuches sus motores en algún taller de barrio, deberás recordar que para ellos está reservado el destino de los indomables, de los que al alba vencerán.
CESAR RODRIGUEZ BIERWERTH
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