Que jugador el Kun, goleador, figura y botin de oro!!!
Fuente: Diario Ole.
Sacá, Negro, sacá que se termina...". Los brazos arriba, señal desesperada de que ya está, de que Checa le quedó chica a este Sub 20, la alegría que sube por los poros y Romero que toma carrera y mete el fierrazo largo, bien alto, para que termine. O para que empiece. Alguna lágrima y mucho saltito, gargantas enrojecidas y pechos raspados por la carrera que termina en piletazo, con la Copa del Mundo, ya de ellos, ya de todos, prolijamente ubicada en el punto penal.
"Dale campeón, dale campeónnn". Seis veces sí debo, este Sub 20 regala un espectáculo circense, éxtasis puro. El país es un puño apretado en ese festejo que arranca con una montonera de novela, que sigue con una ronda en la que no falta nadie, y que no para, no para... "Olé, olé, olé, cada día te quiero más". Son chicos, pero bien grandes. La euforia contenida por tanta patada rival dando vueltas conmueve a un público que sólo vibraba con algún batazo de béisbol o se calentaba con ciertas muestras de técnica de los ídolos del hockey sobre hielo.
Pero los ojos, como imanes, capturan cada sonrisa. Allá va la banda argentina, hacia el que desde ayer deberá llamarse Arco del Triunfo. Ese en el que Agüero despertó al cuore del equipo con su toque sutil tras un pase genial de Banega. Ese donde Zárate se sacudió todas sus mufas para grabar por sexta vez el escudo de la AFA en un Mundial Sub 20. Varios se trepan al travesaño, y los hinchas argentinos deliran. Uno zafa de los manotazos del personal de seguridad y es el centro de un trompo que los jugadores arman para celebrar y protegerlo del marche preso, hasta que Moralez y Mercado lo custodian para que pueda regresar a la tribuna. Porque la fiesta es de todos, pero bien ganada la tiene este plantel que llegó como candidato y se tiró de cabeza al título. De cabeza, sí, como en esa corrida desde la mitad de la cancha que coordina Cahais, y que termina con todo el plantel en palomita adentro del área. Si hasta Tocalli se desabrocha el saco para ser uno más y, detrás de todos, preparar una última jugada y aparecer volando por sorpresa.
Allá van todos, hacia la otra cabecera, una especie de terraza en la que una banda de argentos le metió bombo y redoblante durante todo el partido. Los players, algunos en cuero, saltan los carteles de publicidad y manguean los instrumentos. Sánchez se adueña del bombo, Yacob y Lautaro Acosta les dan duro y parejo a dos redoblantes. Se arma el cachengue. Romero y Banega bailan y zapatean envueltos en banderas argentinas. La ceremonia de premiación se demora porque todos observan esa danza de la alegría. Tocalli se tensa, amaga con agarrarlos de las orejas, pero los mira y no puede dejar de sonreír.
Llegan los trofeos para Agüero y Moralez, pequeños gigantes, Balón y Botín de Oro por acá, Balón de Plata y Botín de Bronce por allá. Y lo soñado: la tarima, el apretón de manos de Blatter, la medalla colgada al cuello y el Kun y Cahais que alzan la Copa del Mundo. Belleza. Llueven papelitos y retumban fuegos artificiales mientras posan para la foto del campeón. Arranca la vuelta olímpica, frenan en un arco, los jugadores se paran en hilera sobre la línea del área grande, Piatti simula jugar al bowling y arroja una bola imaginaria: todos caen como palotes. A las patadas se les devolvió fútbol, pero con los bombos y redoblantes no hay transa posible: viajarán hasta la concentración, para seguirla hasta quién sabe qué hora.
Un festejo que continúa en el vestuario, más íntimo, con baldazos para todos y alta testosterona en este plantel que representó a la camiseta a lo grande. La ducha bien puede esperar hasta llegar al hotel: antes, es tiempo de darse una vuelta por el cielo.
Fuente: Diario Ole.
Sacá, Negro, sacá que se termina...". Los brazos arriba, señal desesperada de que ya está, de que Checa le quedó chica a este Sub 20, la alegría que sube por los poros y Romero que toma carrera y mete el fierrazo largo, bien alto, para que termine. O para que empiece. Alguna lágrima y mucho saltito, gargantas enrojecidas y pechos raspados por la carrera que termina en piletazo, con la Copa del Mundo, ya de ellos, ya de todos, prolijamente ubicada en el punto penal.
"Dale campeón, dale campeónnn". Seis veces sí debo, este Sub 20 regala un espectáculo circense, éxtasis puro. El país es un puño apretado en ese festejo que arranca con una montonera de novela, que sigue con una ronda en la que no falta nadie, y que no para, no para... "Olé, olé, olé, cada día te quiero más". Son chicos, pero bien grandes. La euforia contenida por tanta patada rival dando vueltas conmueve a un público que sólo vibraba con algún batazo de béisbol o se calentaba con ciertas muestras de técnica de los ídolos del hockey sobre hielo.
Pero los ojos, como imanes, capturan cada sonrisa. Allá va la banda argentina, hacia el que desde ayer deberá llamarse Arco del Triunfo. Ese en el que Agüero despertó al cuore del equipo con su toque sutil tras un pase genial de Banega. Ese donde Zárate se sacudió todas sus mufas para grabar por sexta vez el escudo de la AFA en un Mundial Sub 20. Varios se trepan al travesaño, y los hinchas argentinos deliran. Uno zafa de los manotazos del personal de seguridad y es el centro de un trompo que los jugadores arman para celebrar y protegerlo del marche preso, hasta que Moralez y Mercado lo custodian para que pueda regresar a la tribuna. Porque la fiesta es de todos, pero bien ganada la tiene este plantel que llegó como candidato y se tiró de cabeza al título. De cabeza, sí, como en esa corrida desde la mitad de la cancha que coordina Cahais, y que termina con todo el plantel en palomita adentro del área. Si hasta Tocalli se desabrocha el saco para ser uno más y, detrás de todos, preparar una última jugada y aparecer volando por sorpresa.
Allá van todos, hacia la otra cabecera, una especie de terraza en la que una banda de argentos le metió bombo y redoblante durante todo el partido. Los players, algunos en cuero, saltan los carteles de publicidad y manguean los instrumentos. Sánchez se adueña del bombo, Yacob y Lautaro Acosta les dan duro y parejo a dos redoblantes. Se arma el cachengue. Romero y Banega bailan y zapatean envueltos en banderas argentinas. La ceremonia de premiación se demora porque todos observan esa danza de la alegría. Tocalli se tensa, amaga con agarrarlos de las orejas, pero los mira y no puede dejar de sonreír.
Llegan los trofeos para Agüero y Moralez, pequeños gigantes, Balón y Botín de Oro por acá, Balón de Plata y Botín de Bronce por allá. Y lo soñado: la tarima, el apretón de manos de Blatter, la medalla colgada al cuello y el Kun y Cahais que alzan la Copa del Mundo. Belleza. Llueven papelitos y retumban fuegos artificiales mientras posan para la foto del campeón. Arranca la vuelta olímpica, frenan en un arco, los jugadores se paran en hilera sobre la línea del área grande, Piatti simula jugar al bowling y arroja una bola imaginaria: todos caen como palotes. A las patadas se les devolvió fútbol, pero con los bombos y redoblantes no hay transa posible: viajarán hasta la concentración, para seguirla hasta quién sabe qué hora.
Un festejo que continúa en el vestuario, más íntimo, con baldazos para todos y alta testosterona en este plantel que representó a la camiseta a lo grande. La ducha bien puede esperar hasta llegar al hotel: antes, es tiempo de darse una vuelta por el cielo.
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